Los fallos y anomalías de funcionamiento en un sistema o programa informático que provocan resultados indeseados son comúnmente denominados como ‘bugs’, un término en inglés cuya traducción al español sería ‘bicho’.
Pese a que cabría interpretar que se hace un uso metafórico de la palabra bug, lo cierto es que en la atribución de este nombre a los fallos informáticos tuvo mucho que ver un bicho real y tangible, existiendo por desconcertante que parezca una explicación mucho más literal de lo que supondríamos a priori.
Para entenderlo, tenemos que remontarnos varías décadas atrás en el tiempo, precisamente a lo que es considerado como el primer bug informático que sucedió en la historia.
Un intruso en el primer ordenador de Harvard
Así, en septiembre de 1945, en los albores de la computación moderna, dos técnicos del Harvard Mark II, el flamante nuevo ordenador electromecánico de la famosa universidad homónima, se tropezaron con un error en la máquina que no sabían a qué obedecía.
Tras muchas averiguaciones y comprobaciones detectaron a una polilla, que probablemente acudiría atraída por las luces de la máquina y había quedado atrapada en un relé de la computadora.
El bicho tras ser extraído con mucho cuidado fue añadido al libro de registro de errores con celo (en sentido literal y metafórico):

De este modo, el lacónico mensaje que acompañaba a la polilla, observable en la parte final del documento, ‘first actual case of bug being found’, sería el origen del concepto actual de bug.
Si bien, no todos los investigadores y curiosos están de acuerdo con esta afirmación, dado que con anterioridad a este incidente también está documentado el uso del término bug para designar fallos, y lo hacía nada menos que Thomas Alva Edison en sus anotaciones para denominar a los problemas técnicos que surgían en sus experimentos y proyectos.
En cualquier caso, lo que resultaría seguro a ciencia cierta es que la paternidad del debug o depuración como sinónimo de arreglo o solución al problema sí que sería atribuible a los dos pioneros informáticos de Harvard.
Un problema que puede provocar todo tipo de efectos indeseados
Desde lo que se conoce como el primer incidente bug , este fenómeno se fue haciendo más recurrente con el transcurso del tiempo, en paralelo con la expansión de una disciplina que inevitablemente acarreó la proliferación de fallos en programas y sistemas informáticos.
Los fallos la mayoría de las veces son tan inocuos como el bloqueo automático del timeline de una red social, cosa que puede resultar molesta a la experiencia de usuario pero difícilmente causará mayor perjuicio. Sin embargo , en algunas ocasiones, aparecen errores críticos que tienen consecuencias nefastas, así fue el fallo que se produjo en la máquina de radiación Therac-25, donde un error de programación acabó cobrándose la vida de cinco pacientes entre 1985 y 1987.
Otros bugs sonados fueron el de la sonda Mars Climate Orbiter, que se destruyó debido a un error de navegación por una equivocación entre sistemas métricos. Aunque quizás el más cacareado de la historia fue el del famoso efecto 2000, al que a priori se le adjudicaban potencialidades apocalípticas muy en sintonía con la coyuntura de cambio de milenio, que no acabaron materializándose, si bien para evitarlo hubo un fuerte esfuerzo inversor a nivel mundial en adaptación de sistemas y programas.
Los bugs siguen siendo consustanciales a la informática
Hoy día el proceso de transformación tecnológica y la universalización de la informática hacen que inevitablemente los bugs sean recurrentes y diarios, suponiendo además algunos de ellos, no sólo una molestia o una anécdota, sino la causa de vulnerabilidades de ciberseguridad que posteriormente son explotadas por los ciberdelincuentes para conseguir sus objetivos.
Para hacernos una idea de la magnitud y la frecuencia de aparición de estas vulnerabilidades en materia de ciberseguridad, durante el año 2021 más de 20.000 fueron reportadas a los diferentes registros centralizados como MITRE (CVE) o US-CERT, creciendo aproximadamente un 10% respecto a 2020. De estas vulnerabilidades, 4.100, más de 10 por día, tenían la característica de ser explotables remotamente y contar con un exploit público que permitía a un atacante su explotación
Así, vemos que pese al cuidado que se pueda poner en los procesos de desarrollo de software y hardware, a la automatización del testing, tanto en matería de funcionalidad, como de seguridad, o incluso al uso de beta-testers humanos, los bugs, de momento, parece que nos acompañarán durante un tiempo más.