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La proliferación de los NFT crea polémica

La proliferación de los NFT crea polémica

“Por qué la imagen de un mono aburrido vale más que un piso en Madrid: el extraño mundo de los NFT”. Así, titulaba hace poco Álvaro Sánchez, redactor de Economía de El País, un artículo sobre la materia que ilustra a la perfección el recelo, la desconfianza y hasta el estupor que despierta el tema de los NFT. Unas prevenciones que se alimentan también de las reservas preexistentes con respecto a las criptomonedas, asociándose recurrentemente ambos activos digitales a términos como especulación o burbuja.

Para entender mejor que es un NFT hay que comenzar desgranado el acrónimo, que encierra los términos Non Fungible Token. Desde el punto de vista jurídico, un bien fungible es todo aquel que puede intercambiarse y cuyo valor se estipula en función de su número o peso. Hablamos de dinero sin ir más lejos, ya que un billete de 10 euros es similar a cualquier otro de la misma cantidad, y además es consumible (fungible) al poder ser utilizado para comprar.

En contraposición, los bienes no fungibles nunca son intercambiables entre sí, debido a que no cabe asignarles un valor numérico per se, y tampoco se consumen o fungen al usarlos. El ejemplo más claro sería una obra de arte, que nunca es equivalente a otra debido a que al ser única se distingue de todas las demás.

El otro elemento clave del concepto NFT es el término token, que es una unidad de valor que se asigna dentro de un modelo de negocio basado en activos digitales, como por ejemplo el de la criptomonedas, soportadas como los NFT con tecnología Blockchain, aunque con la gran diferencia de que las divisas virtuales sí que son fungibles, mientras que los NFT no tienen una naturaleza fungible desde su propia definición.

Características de los NFT

Por tanto, tenemos que los NFT son activos únicos que no se pueden intercambiar al no existir otros similares, en la misma medida que dos obras de arte nunca serán equivalentes como veíamos. Pero con la sustancial diferencia con respecto a un cuadro o a una escultura de que el NFT no tiene una dimensión física, sino digital.

¿Significa esto que todas las obras de arte, e ilustraciones digitales pueden ser consideradas automáticamente NFT? No, de hecho estas modalidades artísticas han sido exploradas desde los mismos orígenes de la informática por múltiples autores, pero no ha sido hasta la irrupción de Blockchain cuando ha podido emerger el concepto de Non Fungible Token, como activo digital indestructible e inmutable, cuya titularidad se puede registrar, verificar y rastrear con certeza absoluta, gracias a las propiedades en este sentido de la tecnología que lo sustenta, basada en cadenas de bloques o nodos enlazados entre sí mediante un sistema de encriptado que garantiza que la información contenida en ellos no se pueda alterar.

Además, este mismo blindaje tecnológico posibilita que metadatos de las transacciones de los NFT no se pueden modificar, lo que supone un aval de su autenticidad, quedando registrados el autor de la obra y cualquier dato relativo a su adquisición: identidad del comprador o los sucesivos compradores, precios, etc.

La mayoría de las transacciones de NFT se realizan a través de la red de Ethereum, que simplifica la compra y venta de estos activos digitales a través de un sistema de wallets que resulta accesible a usuarios de perfil medio.

¿Qué obtiene el comprador de un NFT?

A priori, podría pensarse que no tiene mucho sentido comprar una imagen digital que cualquiera puede descargar. Pero aunque hablemos de copias idénticas una cosa es su uso, y otra bien distinta la titularidad y los derechos sobre el original que serían siempre del propietario del NFT.

También, a la hora de explicar la fiebre desatada con los NFT, antes de sacar a colación conceptos como el de burbuja especulativa, hay que emparentar el fenómeno con otro tan concomitante como puede ser la inversión en arte realizado en soportes tradicionales, ya que en ambos casos la inversión se basa en las perspectivas de revalorización de las obras.

La única diferencia estribaría en que al comprar un NFT se invierte en un bien intangible, que no se puede tocar como un cuadro o una escultura.

Así, podemos discutir sobre si comprar gatitos virtuales (los famosos cryptokitties) a los precios desorbitados a los que están resulta recomendable o no, pero ese juicio siempre habrá de hacerse bajo la lógica de la perspectiva de rentabilización, sin atender a criterios de valor intrínseco porque bajo esa óptica estaríamos orillando que la mayoría de bienes de inversión no se valoran por su coste de producción, o por su valor-trabajo, sino por el que le atribuyen los inversores.

Por ello, nos puede escandalizar que un meme, el avatar digital de un gato o la imagen de un mono aburrido alcancen precios equivalentes al de una vivienda, pero quienes los adquieren no son enajenados que se rigen por una lógica antieconómica, ya que aplican la misma que ha animado la realización de cualquier inversión especulativa desde los albores del capitalismo.

De hecho, si nos fijamos en lo que ocurrió con CryptoPunk #9998, el NFT que fue vendido a finales de1 año pasado por 532 millones de dólares, no hubo de pasar mucho tiempo para que tuviese un precio de venta de 1.000 millones de dólares, unas cifras cuyas magnitud se entiende mejor si tenemos en cuenta que el Salvatore Mundi de Leonardo de Vinci, la obra de arte por la que se llegado a pagar un precio más alto, fue vendida por tan ‘solo’ unos 450 millones.

Con todo, cabe plantarse hasta que punto esos guarismos astronómicos (se calcula que el mercado NFT movió más de 17.000 millones de dólares tan solo en 2021) no pueden estar encubriendo prácticas ilícitas como el blanqueo de capitales, que por cierto siempre ha tenido en el foco al arte tradicional, frente al que el criptotarte ofrece como importantes ventajas la posibilidad de operar con criptomonedas descentralizadas, y el no tener que transportar o alojar obras físicas en los almacenes de los paraísos fiscales en el extranjero.

En cualquier caso, al margen cuestiones como la del blanqueo, resulta llamativo que tanto el debate más reciente sobre NFT como el que afloró anteriormente sobre las criptomonedas hayan sido capaces de acaparar toda la atención, y oscurecer las virtudes de la tecnología que los sustenta, Blockchain, quedando fuera del foco público todas sus potencialidades disruptivas, que permitirían redimensionar infinidad de ámbitos esenciales para la sociedad, desde el funcionamiento de las administraciones o la atención médica, hasta el propio modelo energético.

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